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lunes, 3 de junio de 2013


¿Por qué por un minuto de cielo nos autocondenamos a vivir un año en el infierno?
¿Por qué queremos hacer encajar lo que no encaja, pegar lo que ya está roto, zurcir lo que ya fue remendado?

Por ese toque de dramatismo, que parece ser esencial.

Esa bendita necesidad de que el otro cambie, de que el otro diga lo que no dijo hasta el momento y que tal vez no diga nunca.
Me pregunto si el amor, el verdadero, el que perdura, el que crea, comparte, respeta, tolera y confía, no debería fluir de una manera mucho menos perjudicial para la salud.

Si uno tiene hambre come.
Si uno quiere llamar, llama.
No es tan difícil, o al menos, no debería serlo.

El que quiere llamar…llama.
El que quiere decir…dice.
El que quiere volver a vernos…dice “quiero volver a verte”.
El que tiene interés…lo demuestra.


Basta de usar justificativos como:

. No tuvo tiempo
. Está tapado de estudio
. Recién pasó una semana
. Tal vez no tiene crédito

Si pudo comer, ir al baño y fumarse un pucho, pudo mandar un mensaje o un mail o agarrar el teléfono.

Dejémonos de conformarnos con medias tintas, medias frases, medias palabras, medias relaciones…que de todas las mitades emparchadas, nunca podrá salir un entero que valga la pena.

Mi nueva frase de cabecera es: “Si no estás dispuesto a morir de amor, ni te molestes. No me conformo con menos”

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